Parte I
Señoras y señores, reconoscámoslo: ...Por mucho que parezca y aunque en los medios de comunicación sobrevengan engendros des-vergonzados a toda hora, no existe uno de estos que lo sea en un sentido absoluto y radical. Todos tienen alguno que otro secretillo por ahí, que guarda con recelo y que no considera revelar por nada del mundo. ¿Pararnos en pelotas frente al cosmos, los poderes, el estado, la cultura?; des-ocultos, despojados, patentes, públicos, ¿cien por ciento visibles? Ja, no lo creo. La sacra intimidad, ese valor custodiado y vitupereado hasta el cansancio supone un escudo construido por el derecho mismo, que hecha sus raíces en los añosos huesos "ostroporósicos" de nuestra antiquerida cultura occidental.
La verguenza suele definirse como aquella turbación del ánimo o sensación de ridículo que tiende a enrojecer el rostro, típicamente desplegada como un grito desde la involuntariedad -con forma de molestia-. Y es que vergüenza es algo así como una desnudez psicológica que aparece cuando experimentamos algún des-ocultamiento de nuestra intimidad, o cuando somos sorprendidos por algún semejante en alguna falta o acción deshonrosa. Pues, cuando se hacen manifiestas nuestras mas íntimas actitudes, pensamientos o sentimientos nos asalta irremediablemente, como un enemigo astuto e intrépido, que muchas veces se le escapa audazmente a la hipocresía y nuestra facultad de disimulo.
Y es que la vergüenza tiende a socavar por los albores de la sensibilidad moral y lo establecido, llámese -la buena educación-, la ley, las costumbres y en fin; trasciende a las antiquísimas normas morales: aquellos bicharracos que se hacen llamar "cimientos" de las civilizaciones.
Se podría especular que el sentimiento de vergüenza no necesita de una reprobación manifiesta y efectiva por medio del círculo social para salir a la luz y embaucarnos; la sola mirada, la sola presencia de otro basta. Más esto es importante; El ojo del prójimo, como condición de vergüenza me arroja hacia las preguntas: ¿Necesita, efectivamente la vergüenza de un espectador para constituirse como tal?, ¿Hay espectáculo siempre que hay vergüenza? ¿Es la existencia de otro, condición de posibilidad para sentir vergüenza, o es posible que se nos aparezca sin ser pillados?
Parece ser que anterior a la vergüenza es el temor, el miedo a la reprobación de los otros, el miedo al rechazo, a la burla, a la pérdida del respeto, a la pérdida del honor. Entre temor y verguenza se da una metonimia: El temor en el grupo de las causas, la verguenza en los efectos:
-!Si me ultrajan los temores me des-verguenzo de una vez! le dije una vez a un compañero de teatro un día cualquiera.
Y el me respondió:
-Definitivamente la causa del "ser tieso" es nuestro miedo al ridículo, no cabe duda... !ridiculísate, empelótate y expónete hasta las últimas y verás como se te sueltan los músculos... ja!
-Tu lo dices porque la des-verguenza tuya es superior, ciertamente, a lo que te queda de miedo. Sin embargo, tus secretos siguen intactos, si no ¿cómo podrías mantener mi atención?
-Mostrándote el punto cúlmine de mi ridiculeces para que pienses que en realidad no puedo ser tan ridículo y que te estoy mintiendo.
-!Vaya confesión!, no te creo.
Luego pasó un fantasma y agregué:
-...pero sigo pensando que el temor y la vergüenza, de alguna manera, son inseparables...
Así, la vergüenza parece exigir un otro, un testigo al cual temer. Pensemos, por ejemplo en el cuento de Andersen “Los trajes nuevos del emperador”. Este relato, narra la historia de un rey vanidoso, que gustaba mostrar compulsivamente sus riquezas ante los súbditos; Hasta que un buen día, un par de astutos mercaderes deciden engañarlo y ofrecerle un vestido de piedras preciosas e hilos dorados que, además de ser carísimo, tenía una propiedad mágica: los tontos no lo podían ver. Obviamente, el traje no existía. Lógicamente, el rey, al igual que sus consejeros, no lo divisa y preso del temor al ridículo, a la vergüenza y humillación, decide no decir ni una palabra y simular que el traje era hermoso. Lo mismo pasó con los consejeros; nadie se atrevía a decir la verdad, por miedo al ridículo ¿Seré huevón acaso? ¿no serviré como consejero?, !Oh sería espantoso!, pensaba uno de ellos.
Al final del relato, el rey decide hacer una aparición en público y la gente (que conocía las supuestas propiedades mágicas del traje), simulan verlo por vergüenza. Hasta que un niño, la voz de la ingenuidad, -ese personaje que aparece como la fisura de aquel entramado de relaciones- ...el ser a- social !ja! , descacarado, caradura !ja! sin- vergüenza, !ja! lo delata.
"¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto el niño. - ¡Dios bendito, escuchad la voz de la inocencia! - dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño".
Por otra parte, si recordamos el texto “Gorgias” de Platón, existe un fenómeno parecido; la caída al disimulo por temor a la vergüenza, pero es más: En este texto aparece la noción de "secreto" como guardián de la honra y el respeto:
“ En efecto, decía Polo que tú preguntaste a Gorgias si, en el caso de que un discípulo acudiera a él deseando aprender retórica sin conocer qué es lo justo, él le enseñaría esto. Gorgias dijo que sí se lo enseñaría, sintiendo vergüenza en decir que no, a causa de la costumbre de los hombres, que se indignarían si alguien dijera que no puede enseñar que es lo justo. Que en virtud de esta concesión, se vio obligado a contradecirse y que esto es lo que a ti te agrada...”
A partir de esto, nos asalta la relación entre vergüenza, secreto y temor en su forma social, como forma de manipulación sutil, arraigada en el temor al ridículo. Colgada del apego a la honra, de la opinión ajena, de las ansias de amor y respeto por parte de los otros.
La historia, los libros y más precisamente los diccionarios, nos muestran una manifiesta vinculación entre los conceptos "verguenza" y "pudor". Sin embargo, esta relación es de contrariedad, pues hay una diferencia patente entre ambas nociones. Esto es porque la vergüenza se asocia con la acción moral, con la falta, la deshonra y la situación humillante.
En cambio, el concepto pudor nos asalta con forma de virtud, dejando en manifiesto el íntimo nexo entre ambas: el pudor es una especie de honestidad, recato, modestia. Se podría decir dado a que son de alguna manera contrarios, que la vergüenza es el pudor inadecuado, excesivo. O también que la vergüenza vendría a constituir el “lado oscuro” del pudor, y así sucesivamente...
Esta definición "virtuosa" del pudor concuerda con el pensamiento político griego, que considera claramente al pudor como una virtud política. Éste, acompañado de la virtud de la justicia no sólo sirve de base esencial para la constitución de una ciudad y del buen vivir, sino que ambos se constituyen como elementos que nos diferencian del resto de la especies. En otras palabras: son los dones divinos por los cuales los hombres son propiamente hombres.
Horroroso. Pero en fin, consideremos lo siguiente:
Dice Hermes a Zeus en “Protágoras”:
“¿Reparto así la justicia y el pudor entre los hombres? ¿O bien las distribuyo entre todos? Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y la justicia sea eliminado, como una peste de la ciudad...”
Dentro del marco político griego, la participación en la virtud política, no sólo es necesaria para “el vivir tranquilamente”, sino que es a la vez una garantía para ser hombre. El pudor y la justicia permiten mantener la convivencia, es más, es condición necesaria para ella.
La limitación del actuar del hombre se cree necesaria para que todos los componentes del ámbito social se sientan parte del grupo y se establezca el respeto mutuo. En otras palabras: pudor y justicia aparecen como los articuladores de la convivencia.
Dice Protágoras a Sócrates:
“En las demás virtudes, como tu dices, si alguien por ejemplo dice que es un buen flautista o que sobresale en cualquier otro arte sin ser verdad, entonces se burlan o se indignan con él y sus parientes yendo por él le recriminan como si se hubiera vuelto loco. Cuando por el contrario, se trata de la justicia o del resto de la virtud política, si alguien, de quien saben que es injusto, se pone a decir en público la verdad sobre su persona, esto el decir la verdad que en el caso anterior se consideraba como sensato, en este se toma como una locura; pues sostienen que todo el mundo debe decir que es justo, lo sea o no, y que, quien no simula la justicia está loco, puesto que no hay nadie, que en alguna manera, no participe necesariamente de la justicia, a menos que deje de ser hombre”
Límites. Me mantengo dentro de los límites de saber lo que corresponde hacer o realizar. De aquí sobreviene la definición de secreto, la que hace alusión a su etimología, esa que quiebra y separa. El límite y el secreto son parientes; Secreto: Cortar, separar, aislar... límite a la manifestación y al actuar. La verdad aquí no se nos aparece oculta, el énfasis del asunto está en el ocultamiento de la manifestación, en salvarguar cualquier fisura que pueda cometerse dentro de la convivencia. Así salta a la luz el término “templanza” aquella añeja noción que viene volando hace rato por sobre los asuntos éticos. Es que la templanza es una de las famosas virtudes cardinales, que consiste en sujetar a razón los apetitos y el uso de los sentidos. En otras palabras templanza es “sobriedad” o “continencia”.
Ahora bien, se puede entender a la templanza como la medida del pudor, la que justamente establece los límites. Así, aunque los demás saben o pueden saber la verdad, la idea es que uno oculte a los demás lo que ellos conocen, por amor a la convivencia. Aunque la verdad no permanece oculta, si se calla. Así, el arte de la simulación, irónicamente -debo decir- se traduciría como “la buena y conveniente hipocresía”. Se guarda el ser manifiesto de los demás. El no traspasar la barrera, el controlar la manifestación de lo que somos, constituye uno de los elementos del "buen vivir" (si es que hay alguno) en medio de esta atmósfera social. Lo que se oculta no es propiamente la verdad, sino su manifestación. La virtud política se preocupa de que la ruptura no ocurra, de que la sociedad funcione como una gran maquina con todas sus tuercas y engranajes al día.
Huevones, sigamos siendo un poquito hipócritas para que a las viejas feas no le den ataques cardiacos....
Señoras y señores, reconoscámoslo: ...Por mucho que parezca y aunque en los medios de comunicación sobrevengan engendros des-vergonzados a toda hora, no existe uno de estos que lo sea en un sentido absoluto y radical. Todos tienen alguno que otro secretillo por ahí, que guarda con recelo y que no considera revelar por nada del mundo. ¿Pararnos en pelotas frente al cosmos, los poderes, el estado, la cultura?; des-ocultos, despojados, patentes, públicos, ¿cien por ciento visibles? Ja, no lo creo. La sacra intimidad, ese valor custodiado y vitupereado hasta el cansancio supone un escudo construido por el derecho mismo, que hecha sus raíces en los añosos huesos "ostroporósicos" de nuestra antiquerida cultura occidental.
La verguenza suele definirse como aquella turbación del ánimo o sensación de ridículo que tiende a enrojecer el rostro, típicamente desplegada como un grito desde la involuntariedad -con forma de molestia-. Y es que vergüenza es algo así como una desnudez psicológica que aparece cuando experimentamos algún des-ocultamiento de nuestra intimidad, o cuando somos sorprendidos por algún semejante en alguna falta o acción deshonrosa. Pues, cuando se hacen manifiestas nuestras mas íntimas actitudes, pensamientos o sentimientos nos asalta irremediablemente, como un enemigo astuto e intrépido, que muchas veces se le escapa audazmente a la hipocresía y nuestra facultad de disimulo.
Y es que la vergüenza tiende a socavar por los albores de la sensibilidad moral y lo establecido, llámese -la buena educación-, la ley, las costumbres y en fin; trasciende a las antiquísimas normas morales: aquellos bicharracos que se hacen llamar "cimientos" de las civilizaciones.
Se podría especular que el sentimiento de vergüenza no necesita de una reprobación manifiesta y efectiva por medio del círculo social para salir a la luz y embaucarnos; la sola mirada, la sola presencia de otro basta. Más esto es importante; El ojo del prójimo, como condición de vergüenza me arroja hacia las preguntas: ¿Necesita, efectivamente la vergüenza de un espectador para constituirse como tal?, ¿Hay espectáculo siempre que hay vergüenza? ¿Es la existencia de otro, condición de posibilidad para sentir vergüenza, o es posible que se nos aparezca sin ser pillados?
Parece ser que anterior a la vergüenza es el temor, el miedo a la reprobación de los otros, el miedo al rechazo, a la burla, a la pérdida del respeto, a la pérdida del honor. Entre temor y verguenza se da una metonimia: El temor en el grupo de las causas, la verguenza en los efectos:
-!Si me ultrajan los temores me des-verguenzo de una vez! le dije una vez a un compañero de teatro un día cualquiera.
Y el me respondió:
-Definitivamente la causa del "ser tieso" es nuestro miedo al ridículo, no cabe duda... !ridiculísate, empelótate y expónete hasta las últimas y verás como se te sueltan los músculos... ja!
-Tu lo dices porque la des-verguenza tuya es superior, ciertamente, a lo que te queda de miedo. Sin embargo, tus secretos siguen intactos, si no ¿cómo podrías mantener mi atención?
-Mostrándote el punto cúlmine de mi ridiculeces para que pienses que en realidad no puedo ser tan ridículo y que te estoy mintiendo.
-!Vaya confesión!, no te creo.
Luego pasó un fantasma y agregué:
-...pero sigo pensando que el temor y la vergüenza, de alguna manera, son inseparables...
Así, la vergüenza parece exigir un otro, un testigo al cual temer. Pensemos, por ejemplo en el cuento de Andersen “Los trajes nuevos del emperador”. Este relato, narra la historia de un rey vanidoso, que gustaba mostrar compulsivamente sus riquezas ante los súbditos; Hasta que un buen día, un par de astutos mercaderes deciden engañarlo y ofrecerle un vestido de piedras preciosas e hilos dorados que, además de ser carísimo, tenía una propiedad mágica: los tontos no lo podían ver. Obviamente, el traje no existía. Lógicamente, el rey, al igual que sus consejeros, no lo divisa y preso del temor al ridículo, a la vergüenza y humillación, decide no decir ni una palabra y simular que el traje era hermoso. Lo mismo pasó con los consejeros; nadie se atrevía a decir la verdad, por miedo al ridículo ¿Seré huevón acaso? ¿no serviré como consejero?, !Oh sería espantoso!, pensaba uno de ellos.
Al final del relato, el rey decide hacer una aparición en público y la gente (que conocía las supuestas propiedades mágicas del traje), simulan verlo por vergüenza. Hasta que un niño, la voz de la ingenuidad, -ese personaje que aparece como la fisura de aquel entramado de relaciones- ...el ser a- social !ja! , descacarado, caradura !ja! sin- vergüenza, !ja! lo delata.
"¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto el niño. - ¡Dios bendito, escuchad la voz de la inocencia! - dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño".
Por otra parte, si recordamos el texto “Gorgias” de Platón, existe un fenómeno parecido; la caída al disimulo por temor a la vergüenza, pero es más: En este texto aparece la noción de "secreto" como guardián de la honra y el respeto:
“ En efecto, decía Polo que tú preguntaste a Gorgias si, en el caso de que un discípulo acudiera a él deseando aprender retórica sin conocer qué es lo justo, él le enseñaría esto. Gorgias dijo que sí se lo enseñaría, sintiendo vergüenza en decir que no, a causa de la costumbre de los hombres, que se indignarían si alguien dijera que no puede enseñar que es lo justo. Que en virtud de esta concesión, se vio obligado a contradecirse y que esto es lo que a ti te agrada...”
A partir de esto, nos asalta la relación entre vergüenza, secreto y temor en su forma social, como forma de manipulación sutil, arraigada en el temor al ridículo. Colgada del apego a la honra, de la opinión ajena, de las ansias de amor y respeto por parte de los otros.
La historia, los libros y más precisamente los diccionarios, nos muestran una manifiesta vinculación entre los conceptos "verguenza" y "pudor". Sin embargo, esta relación es de contrariedad, pues hay una diferencia patente entre ambas nociones. Esto es porque la vergüenza se asocia con la acción moral, con la falta, la deshonra y la situación humillante.
En cambio, el concepto pudor nos asalta con forma de virtud, dejando en manifiesto el íntimo nexo entre ambas: el pudor es una especie de honestidad, recato, modestia. Se podría decir dado a que son de alguna manera contrarios, que la vergüenza es el pudor inadecuado, excesivo. O también que la vergüenza vendría a constituir el “lado oscuro” del pudor, y así sucesivamente...
Esta definición "virtuosa" del pudor concuerda con el pensamiento político griego, que considera claramente al pudor como una virtud política. Éste, acompañado de la virtud de la justicia no sólo sirve de base esencial para la constitución de una ciudad y del buen vivir, sino que ambos se constituyen como elementos que nos diferencian del resto de la especies. En otras palabras: son los dones divinos por los cuales los hombres son propiamente hombres.
Horroroso. Pero en fin, consideremos lo siguiente:
Dice Hermes a Zeus en “Protágoras”:
“¿Reparto así la justicia y el pudor entre los hombres? ¿O bien las distribuyo entre todos? Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y la justicia sea eliminado, como una peste de la ciudad...”
Dentro del marco político griego, la participación en la virtud política, no sólo es necesaria para “el vivir tranquilamente”, sino que es a la vez una garantía para ser hombre. El pudor y la justicia permiten mantener la convivencia, es más, es condición necesaria para ella.
La limitación del actuar del hombre se cree necesaria para que todos los componentes del ámbito social se sientan parte del grupo y se establezca el respeto mutuo. En otras palabras: pudor y justicia aparecen como los articuladores de la convivencia.
Dice Protágoras a Sócrates:
“En las demás virtudes, como tu dices, si alguien por ejemplo dice que es un buen flautista o que sobresale en cualquier otro arte sin ser verdad, entonces se burlan o se indignan con él y sus parientes yendo por él le recriminan como si se hubiera vuelto loco. Cuando por el contrario, se trata de la justicia o del resto de la virtud política, si alguien, de quien saben que es injusto, se pone a decir en público la verdad sobre su persona, esto el decir la verdad que en el caso anterior se consideraba como sensato, en este se toma como una locura; pues sostienen que todo el mundo debe decir que es justo, lo sea o no, y que, quien no simula la justicia está loco, puesto que no hay nadie, que en alguna manera, no participe necesariamente de la justicia, a menos que deje de ser hombre”
Límites. Me mantengo dentro de los límites de saber lo que corresponde hacer o realizar. De aquí sobreviene la definición de secreto, la que hace alusión a su etimología, esa que quiebra y separa. El límite y el secreto son parientes; Secreto: Cortar, separar, aislar... límite a la manifestación y al actuar. La verdad aquí no se nos aparece oculta, el énfasis del asunto está en el ocultamiento de la manifestación, en salvarguar cualquier fisura que pueda cometerse dentro de la convivencia. Así salta a la luz el término “templanza” aquella añeja noción que viene volando hace rato por sobre los asuntos éticos. Es que la templanza es una de las famosas virtudes cardinales, que consiste en sujetar a razón los apetitos y el uso de los sentidos. En otras palabras templanza es “sobriedad” o “continencia”.
Ahora bien, se puede entender a la templanza como la medida del pudor, la que justamente establece los límites. Así, aunque los demás saben o pueden saber la verdad, la idea es que uno oculte a los demás lo que ellos conocen, por amor a la convivencia. Aunque la verdad no permanece oculta, si se calla. Así, el arte de la simulación, irónicamente -debo decir- se traduciría como “la buena y conveniente hipocresía”. Se guarda el ser manifiesto de los demás. El no traspasar la barrera, el controlar la manifestación de lo que somos, constituye uno de los elementos del "buen vivir" (si es que hay alguno) en medio de esta atmósfera social. Lo que se oculta no es propiamente la verdad, sino su manifestación. La virtud política se preocupa de que la ruptura no ocurra, de que la sociedad funcione como una gran maquina con todas sus tuercas y engranajes al día.
Huevones, sigamos siendo un poquito hipócritas para que a las viejas feas no le den ataques cardiacos....
No hay comentarios:
Publicar un comentario